jueves, noviembre 30, 2006

En el 22, allá al fondo


En el 22, allá al fondo

Juan Carlos Plata
“Alma de jarocho, que nació valiente
para sufrir toda su desventura”
Agustín Lara
-¿Qué? ¿No eres machito? Si no eres yo te puedo hacer, mi’jito.
Ramón no hacía caso a las burlas de Ernestina, él sabía que no era miedo, ni falta de ganas; era por falta de dinero que no se había acostado con ella.
Nada más pinche que enamorarse de una puta, le repetía a cada rato Álvaro, su cuate; y todavía peor, enamorarse de una puta casada con un buscapleitos como Andrés Villa.
-Imagínate, se la coge todo aquel que tiene para pagarle; y además, llegando a su casa su marido se la madrea. No’mbre, pura desgracia.
La sentencia de su compañero resonaba en la cabeza de Ramón Huerta cada vez que la veía, como siempre, sentada en la banca del parque Ferrer Guardia, justo enfrente a la entrada de la vecindad en la que vivía.
Había pensado un par de veces en regalarle alguna chuchería de las que venden en el muelle, pero había desechado la idea al imaginarse las mil y una formas en que ella podía burlarse de él. Además, si el asunto de no acostarse con ella era monetario lo mejor que podía hacer era ahorrar.
-Al rato vas a querer madrear a medio muelle, si es que no ha tenido tiempo de cogerse al muelle entero.
Pinche Álvaro, hablaba de lo puta que era Ernestina como si nadie supiera que a Elena –su novia, que trabaja de sirvienta-, se la coge su patrón, el hijo del patrón y los invitados de su patrón.

5 de julio de 1922. 9:00 pm.
La lámpara de petróleo colgada de una viga podrida del techo se balancea sobre las cabezas de la concurrencia. Las desvencijadas paredes de madera apenas eran una defensa contra el ventarrón y la lluvia.
Dentro del pequeño cuarto de vecindad, una veintena de hombres hacían malabares para no pisarse, pero mantenían toda su atención en las palabras del sastre Herón Proal, el presidente del Sindicato Revolucionario de Inquilinos, que había logrado lo que el alcalde de la ciudad no pudo conseguir: agrupar a comunistas, anarquistas y obreros.
La tensión era evidente en el pequeño cuarto, tenían horas tratando de decidir qué hacer con el movimiento: seguir con las protestas pacíficas –propuesta de los comunistas-, o utilizar la fuerza –la de los anarquistas-; llevaban 5 meses de movilizaciones y no había a la vista una solución real.
En el centro del patio de la vecindad, los demás miembros del sindicato esperaban, acurrucados, la resolución.
Sin duda el sindicato estaba en una crisis, aunque en un principio todos estaban de acuerdo en movilizarse, ahora las ideologías de las fracciones parecían cada vez más encontradas.
La lluvia no amainaba y en el cuarto la situación era insostenible, Proal propuso dejar la última votación para el día siguiente a las 5 de la tarde, esperando que con la calma climática llegaran los acuerdos necesarios; para variar, todos estuvieron de acuerdo.
Los asistentes a la reunión se dispersaron, no sin antes recomendarse mutuamente cuidarse de la policía, que si bien no había irrumpido en la sesión del sindicato –como ya se había hecho costumbre-, podía estar esperándolos en la calle.

El Movimiento Inquilinario de Veracruz
“Hacia 1920 la ciudad contaba con unos sesenta mil habitantes contrastados en dos clases sociales.
“Aledaños al núcleo histórico, de edificios de dos pisos, se extendían conjuntos habitacionales de madera llamados patios de vecindad. Cuartos de madera, adosados unos a otros; formaban, generalmente, el frente de una cuadra. Más del 96 por ciento de la población alquilaba viviendas, pues la elite acaparaba la propiedad de las fincas urbanas.
“Los casatenientes aumentaban los alquileres por una costumbre que arrastraban desde que se construyeron las cuarterías, con motivo de la construcción del puerto.
“Los alquileres asfixiaban como calor de mayo. El descontento explotó en 1922 cuando, en enero, las prostitutas protestaron contra los impuestos municipales que los propietarios pretendían pagasen los inquilinos. El alcalde, de extracción obrera, capoteó el problema instando a los casatenientes a que mejorasen la salubridad en 25 patios de vecindad.
“El sastre Herón Proal, de tendencia anarquista, formó el Sindicato Revolucionario de Inquilinos el 5 de febrero de 1922, un mes después las prostitutas que vivían en el patio ‘El Salvador’ se negaron a pagar rentas.
“La protesta rebasó los límites de la ciudad y el estado, de modo que el movimiento fue catalogado de ‘problema nacional’. El Partido Comunista, recién fundado, había dado la consigna de luchar por la vivienda popular, y el presidente Obregón dejó que Adalberto Tejeda, gobernador del estado, resolviera el problema. Tejeda simpatizaba con la postura de los inquilinos.
“Viento en popa por el apoyo de los obreros del puerto, los inquilinos sindicalizados organizaron una huelga general seguida de mítines y manifestaciones, lo que provocó que Álvaro Obregón ordenara al jefe de la plaza que se restableciera el orden”.

5 de julio de 1922. 11:00 pm
Álvaro Huerta y Ramón Calleja se habían quedado afuera de la vecindad haciendo guardia.
-El asunto ya es nacional, Obregón ya habló del caso. Tenemos el apoyo del Partido Comunista, y ya ves, la huelga en el puerto fue un éxito. Las manifestaciones van a toda madre –decía Álvaro mientras le daba el último toque a un Delicado.
Ramón lo escuchaba pero no le quitaba los ojos de encima a Ernestina, la única puta que se había atrevido a salir en una noche como esa.
-Pues tal vez todo vaya a toda madre, pero la pinche policía no nos deja en paz. Por más que al gobernador le caigamos bien y nos apoye el Partido Comunista, los hijos de la chingada estos nos siguen amenazando; dicen que es restablecer el orden, pero yo digo que son mamadas.
Las palabras de Ramón dejaron mudo el ánimo de Álvaro. Ya sin plática de por medio Ramón seguía viendo a Ernestina. ¿Qué carajos la hacía quedarse en esa pinche banca hecha una sopa? Seguramente a esas horas cualquier cliente potencial ya habría recurrido a su mujer o estaría borracho y dormido.

5 de julio de 1922. 2:00 am
La noche era calurosa, como casi todas, y por si fuera poco los mosquitos estaban más salvajes que de costumbre, lo que obligó a los vecinos del patio “El Salvador”, el mismo en el que había nacido el movimiento inquilinario, a encender una fogata para que el humo espantara a la plaga.
Ernestina había caminado desde el parque Ferrer Guardia hasta la calle de Guerrero, después de estar horas esperando clientes –sólo dos en toda la noche-. Al entrar a la vecindad saludó a Oscar Romero que hacía la guardia.
Ya en el patio miró al cielo oscuro y sin estrellas, olía a lluvia. Se detuvo frente a la puerta del número 22 y empujó la puerta.
Apenas puso un pie dentro del minúsculo cuarto y comenzó la lluvia de gritos y chingadazos.
Los ojos desorbitados y las venas del cuello a punto de reventar fueron la única bienvenida de Andrés, su marido.
-¿Cuantas veces te tengo que decir que dejes dinero para comer? No he tragado nada en todo el puto día, ¿eres pendeja o nomás te haces?
El aliento alcohólico de Andrés se estrelló en la cara de Ernestina y no pudo quedarse callada –como tantas y tantas veces-.
-No has tragado pero si tuviste dinero para chupar, ¿no? No tienes madre, por Dios.
El puño estrellándose una y otra vez en su barbilla y sus pómulos, los gritos golpeándole los oídos; la lámpara cayéndose desde el techo, quemando la sábana y el catre; más gritos, ahora desde afuera; la pierna concentrando toda su fuerza y empujando a Andrés hacia el fuego; abrir la puerta, salir corriendo; atravesar el patio, voltear y ver a su marido quemándose vivo; dormir en una banca del parque, la misma en la que había esperado clientes hacía un par de horas. El único atisbo de buena suerte para Ernestina fue que esa noche no cayó una gota de lluvia.

6 de julio de 1922. 1:00 am
Apenas vio a los cuatro policías acercarse por la calle, Ramón corrió al interior del patio para despertar a los compañeros. Álvaro se quedó escondido detrás de unas tablas, desde ahí pudo ver como los uniformados discutían con Ernestina.
No supo que hacer, se dijo a si mismo que no podía hacer una pendejada, las cosas estaban muy tensas con la policía que buscaba cualquier pretexto para caerles a palos.
Le hubiera gustado explicarle esto a Ramón, pero antes de poder decir palabra, lo vio cruzar la calle hacia le parque. Lo escuchó gritarle a los policías, que ya intentaban desnudar a la mujer.
Con los gritos de Ramón salieron todos los vecinos. Armada con palos y piedras, la muchedumbre sorprendió a los policías que no pudieron sacar sus armas, estaban rodeados e indefensos.
Volaron piedras y golpes. En cuestión de minutos llegaron refuerzos de ambos bandos; los policías desde el centro, los inquilinos de la calle de Guerrero y de La Huaca.
Media hora después las cosas no se tranquilizaban. Las escenas se encimaban, eran demasiadas para un par de ojos. Ernestina, tirada justo en medio de la calle sólo veía caras descompuestas por muecas de dolor, puños en una y otra dirección. Ramón sólo veía a Ernestina media desnuda tratando de esquivar las piedras y trataba de acercarse a ella para protegerla; Álvaro vio a dos agentes tirados boca abajo con sendos puñales incrustados en la espalda; Oscar Romero, justo antes de caer desmayado por un macanazo en la nuca, vio como Ramón Huerta cargaba a Ernestina y la llevaba al interior del patio; todo esto mientras y Herón Proal veía como el movimiento se iba a la chingada.

6 de julio de 1922. 7:00 am
Cuando Ramón abrió los ojos vio la lámpara de petróleo que colgaba de la vieja viga de madera que sostenía del techo. Respiró profundo y hasta entonces se dio cuenta de que acostada junto a él estaba Ernestina.
Los golpes en la puerta lo obligaron a levantarse; abrió y pudo ver la derrota en los ojos de Álvaro.
-Detuvieron a Herón, ya valimos madre Ramón, ya valimos madre.
-Eso parece –dijo entre dientes Ramón Huerta-, eso parece.