viernes, octubre 06, 2006

“Bajo el puente tiré un poco de sangre...”


“Bajo el puente tiré un poco de sangre...”

David Sandoval


Leí ayer que el espíritu del castillo fortaleza residía en el puente levadizo, podría entenderse que la imagen del puente levadizo es más fuerte que el conjunto de Fortaleza; también podría pensarse que la parte “racional” del castillo no es el puente, éste es el espíritu, el ænima.
El puente es la llave y a la vez la cerradura que permite o niega el paso, el tránsito; y parece que este espíritu del castillo en eso se resuelve, en el recorrer, transitar, trasladarse de un lugar a otro en el mismo espacio. Moverse y simultáneamente permanecer. Te desenvuelves pero estás en armonía. La melodía y el acompañamiento de una canción; o como diría el Capitán Nemo: “Mobilis in Mobili.”
Por alguna misteriosa y oscura razón muchas cerraduras tienen la misma forma que aparece como entrada principal (de la fachada principal) en casas y recintos sagrados por todo el norte de África: Argelia, Marruecos, Egipto y supongo que algunos otros lugares entran también en esta corta lista [arco lobulado, se llama].
La llave es aun más misteriosa, tanto que activa o desactiva un mecanismo que permanece oculto ante nuestros ojos, y como por arte de magia, en un solo movimiento abre o cierra puertas. La llave es sencilla y es poderosa. Al igual que el sello, con un solo movimiento manifiesta su poder latente y hace más poderoso a su dueño por el simple hecho de tenerlo. Pero la llave, al igual que el puente, tienen la gracia o la fortuna de pertenecer a dos mundos distintos, no obstante complementarios: lo conocido y lo desconocido, lo que está dentro ligado a lo que está afuera. Son un nexo breve, sin embargo contundente. No permanecen conectados a ambos mundos por mucho tiempo, por el peligro de que algo entre y también algo salga. De hecho, se cierra con llave y se sube el puente.
Lo fascinante es que siempre lo prohibido, lo cerrado nos incita a tratar de escabullirnos, de quebrar la regla y observar o incluso estar ahí. Desde Alí Baba hasta un voyeurista de finales de los noventas (y del siglo), el contagiarnos del secreto, el descubrir, el entrometerse, el observar, puede nombrarse como un sentimiento muy fuerte. Queremos que nos compartan el secreto. ¿Tendrá el ejercicio antropológico un poco de esto?
No creo que la curiosidad haya matado al gato. Tal vez el gato no era curioso sino estúpido, o más estúpido que curioso. No creo que sea un consejo a seguir el del pobre felino, además ¿qué sabe un gato de puentes, llaves y castillos?
Parece que no llegaré a ninguna parte —al menos en este texto—, el estambre de tinta se me ha hecho nudo y las agujas del cerebro no quieren bordar más, se merecen un sueño, un sueño entre palacios y llaves, castillos y reyes, rajás y princesas...

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