miércoles, octubre 18, 2006

SHUAILA


SHUAILA
Laura Fernández-Montesinos Salamanca

Shuaila danzaba con la noche, pero su danza no era baile, era huída. Una sombra atenazaba cada uno de sus movimientos. No sabía Shuaila donde moverse en un cuarto oscuro. Allá donde sus pies marcaban, una voz respiraba en su cuello. Allá donde sus manos acudían, una fuerza rozaba su piel. Si salía, la sombra la seguía. Había estado así desde hacía días, cuando se encontró con ese desconocido en el mercado. Un desconocido que la miró de repente, con ojos traidores, medio entornados, y labios entre abiertos, sonriendo sin mostrar más que un leve blanco de sus dientes. Una sonrisa tan tentadora como atemorizante. Un medio lado de no querer mirar sin que el resto de la humanidad lo percibiera. Pareció en ese momento que no había nadie a su alrededor, más que ese desconocido y ella. Como si el tiempo se hubiese detenido, y las voces de los mercaderes hubiesen dejado de sonar. Las frutas de oler, y el barro sin pisar.
Shuaila no detuvo más su paso. ¿Quién sería el desconocido que la inquietaba sin más maldad que la de su mirada?. El tiempo volvió a recuperar su plenitud. Otra vez las voces sonaban, la gente caminaba, la fruta olía, y el barro resbalaba. Y ella continuó su camino, pasando a su lado.
- ¡Shuaila!- escuchó.
Shuaila paró de repente en seco y volvió a mirar. Súbitamente el desconocido había desaparecido. Y una flecha sintió pesada hundirse en la carne que rebotaba su sangre desde los cuatro costados de su cuerpo. La atravesaba, se hundía en su corazón…
- ¡Ay!- gritó sin poderse controlar. El dolor era real. -¿Eres tú? – se atrevió a decir.
- Señorita, sí, soy yo, mire que zanahorias tengo hoy para Usted, son …
Shuaila miró al comerciante un minuto con desolación, aturdida porque otro suplantaba al que ella había gritado. De repente se avergonzó por la confusión. ¿Cómo podría explicarse que había desaparecido?, ¿Acaso él tampoco lo había visto, así apoyado en su puesto de verdura?. Sería cierto, en tal caso, que había desaparecido. Y sin embargo ella podría jurar haberlo visto.
- ¿Dónde estás? – añadió en voz casi imperceptible.
- Cuidándote- escuchó a su oído, al tiempo que una exhalación erizaba su piel.
Shuaila dejó de respirar unos segundos. Su rostro se aletargó hasta el extremo de hacerse tan pálido como la luz del sol. Sintió sus miembros tambalearse, sus rodillas perder firmeza, su cabeza rebotar de sangre acumulada, los ojos dejaron de ver por instantes, hasta que sintió una mano que la sujetaba.
- ¿Está bien, señorita?.- se apresuró a preguntar el mismo comerciante, que había salido de detrás de su puesto al verla en tal estado de desmayo.
- Lo siento – corrigió al tiempo que se recuperaba- y corrió calle abajo, para refugiarse en …, en ¡Donde fuera!.
Shuaila lloraba. De miedo, confusión, de histeria, de recuerdos revueltos.
Había vuelto. Aquel que recordaba frecuentemente en sus sueños. Unos sueños que desde niña no la habían dejado de atormentar. A veces moría embebida en placeres de amor. A veces se veía perseguida por cientos de jinetes que terminaban por atraparla. A veces sus pies no eran suficientes para escapar. A veces se veía rodeada por suntuosas telas, un ejército entero se reverenciaba a sus pies cuando salía de la tienda, y a veces, veía, enhiesto, a aquel…guerrero.
Ella sabía que los sueños eran más que sueños. Que aquella persona era real, que la veía, y la mimaba, que la violentaba, y la ataba, que la atormentaba tanto como la amaba, y que le pedía perdón, después de haber estallado en lágrimas y suplicar, hasta que la liberaba de las cuerdas que apretaban sus muñecas.
- Me dominaba en sueños, porque yo lo dominaba a él negándome.- recordaba.
Cuando llegó a su casa, la sombra la cubrió. Se encerró en el cuarto, de paredes de adobe y una chimenea cundida de pieles curtidas. Olía a humedad y a camello. A leche fermentada y a queso viejo. Se vio asaltada.
- Shuaila…- escuchó de nuevo a su oído.
Shuaila respiró despacio y calmó sus nervios.
- ¡Tengo miedo! – gritó. - ¡Si me quieres, no me atemorices!. ¡Déjame verte!.
Un viento cruzó a su lado. Y una sombra se hizo patente, precisa, voluminosa, enorme…una sombra negra que se paró a su lado. Aún en la negrura de la oscuridad, la sombra era aún más negra.
- Shuaila…- se dirigió a ella en voz baja y ronca…-… Donde tú estés, estaré.
- ¿Vienes a protegerme?.
- Vengo a protegerte.
- ¿De qué quieres protegerme?.
Se hizo un vacío.
- No me respondes porque solo vienes a torturarme, como ya habías hecho.
- Vengo a tomar lo que debió ser mío. Lo que debiste darme por propia voluntad. Porque yo haré que tú así lo decidas.
- Nunca fui tuya, ni seré tuya.
- Ahora lo serás, Shuaila. Así en tu vida como en mi muerte. Así en tu muerte te buscaré en vida. Como te he estado buscando hasta ahora, Shuaila. No habrá lucha, y no te irás ahora. No te dejaré ir hasta que no tenga lo que es mío. Seré tu sangre y tu carne. Seré guardián de tus días y tus noches. Seré tu aliento, tu camino, tu vista, la nube que te cubre, el calor que consume, la lluvia que apaga. Seré lo que debí ser desde el principio. Y seremos uno, como debimos ser, por este deseo tan grande que me obligó a buscarte aún en la eternidad.

No hay comentarios.: