jueves, diciembre 14, 2006

La Oficina de Los Libros

La Oficina de Los Libros

David Sandoval


En el mundo que contiene mi biblioteca hay regiones iluminadas y otras oscuras , en estas últimas sitúo a un receloso y joven grupo de libros, cambiante en sus intenciones y sus ideas –como todos los jóvenes- pero constante en una condición: el ser libros no leídos.
¿Por qué compro libros que licenciosa y repetidamente no leo? Peor aún, estos se van acumulando y poco a poco van confundiéndose con los ya existentes.
Si comparara mi biblioteca con una oficina y los libros fueran los empleados creo que habría de todo, desde los gorditos graciosos que son accesibles a todos los lectores, aquellos ya algo entrados en años que poseen y brindan más imágenes que palabras; esos serían los atlas y los diccionarios. También están los chaparritos pero intensos, representados quizá por los textos de poesía que tengo, en algunos la expresión es lo que incendia y en otros es el estado onírico que inyectan al lector.
Hay las novelas en todos los tamaños y las más diversos desgracias, semejantes a las secretarias de una oficina. También están los que al pasar de los años y por méritos propios se han ganado el puesto de jefes y tan buenos en su labor libresca que se han ganado un cargo importante casi de manera inmediata: esos que se leen completos, sin interrupciones desde que se cruza el umbral de la primera página.
Otros llegan y después de un tiempo se van, estos generalmente vienen a hacer auditoría o buscan mejorar las políticas de la empresa porque optimizan el desempeño y reactivan aquellos engranajes que se estaban oxidando.
De todas formas hay unos que se vuelven marginales de este mundo silencioso. Alguien dijo que un libro puede encerrar ideas maravillosas pero mientras nadie lo lea el libro parece muerto. Quizá sea el deseo egoísta de poseer lo que obliga al ojo a posarse en los anaqueles de ferias y las librerías, extraer el dinero y terminar disponiendo de los ahorros.
Comprar un conjunto de letras atrapadas en blanco papel, suponiendo una idea que movió a no pocas personas, ¿cuántas no participan en la producción de un libro? Todo ello se paga.
Una amiga tiene en la casa familiar a García Márquez deteniendo el aparato de DVD y le comenté que ese grado de intimidad doméstica lo alcanzan pocos textos; qué honor formar parte de la familia en tanto que ayuda a la felicidad de todos, incluso de los que no leen.
Otro amigo parafraseó alguna vez la frase que los libros no son para decorar pero qué bien se ve una casa con ellos; quizás soy más decorador que lector, es más: si alguien me contara qué libros tengo y no he leído seguramente lo calificaría como un estúpido completo ¿cómo teniendo semejantes ejemplares en total disposición, nadie los hojea?
No lo sé, esto de los libros nos hace cada vez más petulantes y los Clásicos, para alguien incongruente como yo, son relegados a un “ahora sí, cuando tenga tiempo” y ese tiempo parece no llegar. Me han sentenciado: seguirás comprando libros que no leerás, siempre hay libros que tomamos por necesidad pero al momento de compartir con ellos un espacio, al volverse parte de nuestra cotidianidad, como muchos objetos de nuestra casa o nuestra habitación, dejan de maravillarnos, volviéndose “comunes” a nuestros ojos.
La realidad de prisas y cansancios los envuelve; hasta aquel libro regalado con mucho afecto, el que ocupamos como láudano nocturno, habitante de la cabecera o el mueblecito de cama, pierde atractivo y la rutinaria batalla contra el tráfico y el barullo de la televisión.
Supongo que los libros ilícitos son los más suertudos: se leen de inmediato, como si se tuviera que justificar el hurto leyendo la obra, como un junkie de los libros y si, el libro que se roba es más deseable porque algo nos impedía poseerlo, justificaremos con eso el acto de devorarlo hasta el tuétano y olvidarnos de él.
Estamos sentenciados, anónimos como yo o célebres como Calvino, Reyes, Borges, Poe y tantos otros apilamos como urracas un gozo silencioso, egoísta y secreto. Muchas razones se podrán tener para leer, eso nos lleva a los libros, está bien, eso nos lleva a querer poseer libros; no lo discuto pero ¿cuántos deseos activan la necesidad urgente de poseer un libro?
Ese espacio en mi biblioteca, ese archivo nonato –y no muerto- posee todos los agravantes para ser revisado, interrogado y torturado con el fin de averiguar qué caprichos, qué pulsiones y manías constituyen a su propietario. Lo irónico de la situación es saber de antemano que todos los marginales se esconden entre los normales, y me refiero a mis libros.

Comentarios: davidreportero@yahoo.com.mx

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